miércoles, 30 de julio de 2008

POEMA SOÑADO

Un poema soñado
me quiero tatuar en las sienes.
Un poema soñado que aun no existe,
que es aire.
Un poema, donde esta ella,
la mujer soñada.
Una mujer soñada que creo que existe,
creo que es carne.
Quisiera enclaustrarla en mi poesía,
sellarla en mi mercurio
Y encerrarme yo en su metal,
para nunca más ser liberado.
Aunque creo que ese es el sueño,
y no el poema.
Un sueño que será aire.


martes, 8 de julio de 2008

Tras mucho tiempo ya, tanto que no recuerdo, he vuelto a la blogósfera. Vamso a ver si le doy un poco más de bola a esto en este nuevo ciclo.
Mientras tanto les dejo esta producción intitulada, que tiene sus muchos errores, pero francamente no tengo ganas de corregirlo. De todos modos, con sus pro y sus contra, me gusta el texto. Sólo habría que titularlo. Escucho opiniones eh.
Ahí les va.


Veo, frente a mí, un mar. Bastísimo e insípido. Lo pruebo, llevando el agua a mi boca con las manos, que arden. Calma mi garganta reseca. Sobre el mar, columpiase un péndulo. En la punta, sostiene mi corazón, que arroja pequeñitas gotas rojas que se pierden en la calma del agua. Mis pies, mojados y firmes sobre la costa, lo observan columpiarse de este a oeste, de un lado al otro, mientras late en una arritmia tierna y lírica. Lo veo desangrarse sobre la mar que lo espera, pero no deja de latir. Veo mi pecho, abierto, De la gran yaga, brota metal líquido, que se esfuma por la costa y se pierde en la inconmensurabilidad del paisaje acuoso. Mi metal se pierde, huye, se aleja, sumándose a la totalidad de aquella agua. Caigo de rodillas en el agua, con dolor que quema mi piel. Me sangra la vista, pero no la bajo. Lavo mi pecho con el agua, y aunque arde, no cierra. Sólo espero que desangre pronto. Por mi mejilla cae una lágrima, y se lanza al vacío, intentando perderse también en el agua. La agarro, de un arrebato, con la mano derecha. La encierro en mi puño que grita. Grita. Soporto su fuerza, intenta escapar, pero yo soy fuerte también (o por lo menos aún). Aunque no puedo más, y abro la mano. Ahora está allí mi corazón y no más la lágrima. Veo el péndulo, y se encuentra sólo. Ahora mi corazón salta de mi mano, y se interna en el mar. Nada veloz y felizmente, se desliza por los lugares más inhóspitos de ese mar. Sin embargo, es atrapado por las redes de una sirena, que lo vio todo desde lejos. Recoge las redes, y al ver su pesca, lo toma en sus manos, lo limpia, le propicia un buen mordisco con sus afilados dientes. Lo come, y colorea de rojo su cara. Tremendo estruendo se escucha, levanto la vista y el péndulo a caído, produciendo gigantescas olas que me arrastran a mí, que desde las orillas espectaba todo. Lucho contra ese torrente que trata de fagocitarme y ahogarme. Me abraza, y yo lo abrazo, lo suelto y lo vuelvo a tomar. Lo bebo, y lo escupo. Le muerdo y a su vez el mar hace lo mismo. Pero lentamente se va vaciando, esfumándose en el aire, y queda el cause gigante seco. Toda esa agua, junto con mi sangre, mi metal y mi corazón ha desaparecido. Camino atravesando lo que fue, y llego hasta donde reposa el péndulo muerto. Y allí, en el lecho seco ahora, veo un rubí. Muy rojo y muy luminoso. Me duelen los ojos por su luz, pero puedo distinguir en la piedra, la cara de la mujer. Tomo el rubí con ambas manos, luego de tanta lucha lo conseguí. Lo acerco hasta la yaga de mi pecho, y lo dejo ahí dentro, de donde no volverá a salir, aunque yo quiera. Zurzo la herida, la cierro y la escupo para que cicatrice, dejando esa marca infinita que recuerda la aventura. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir, y veo que todo ese colosal paisaje que ha perdido el croma. Lo veo todo gris. Ya no existe color, ni tacto, ni olor. He perdido expresión en el rostro, como también sensación. Estoy como muerto.

Camino, sin rumbo ya. Sólo me queda un gesto: el de dolor. El dolor de tener esa dulcísimo piedra, que me cautiva y enamora, que me lastima y separa mis carnes, y que cumple las veces de corazón.