jueves, 1 de julio de 2010

UN HOMBRE MÁS

En horas de ruido
La música desaparece.
En la borrachera de los tiempos.
Parece resurgir el mismo silencioso frío
Que congeló las brasas de los pobres
Y arropó los sueños de los nobles.
Porque si cayeron los grandes relatos
No hay más finales felices
Y sólo podrán sonreír,
los que nacieron con antifaz.
Yo confío en los hombres
restaurarán un relato.
Habrá nuevas excusas para vivir
y para transformar el mundo,
Para construir la felicidad.
Con las herramientas que tenemos,
cuando la resaca de la historia comience,
terminaremos lo empezado.
Porque a pesar de todo,
Seguimos siendo humanos.


En lo profundo de la ciudad triste y de concreto, tras el velo de fiesta y alcohol, más allá del humo cegador, en la ciudad, hay una plaza verde. Allí los ruidos no penetran. Enrejada, cierto, pero detrás del alambre está el lago. Si se desea es posible pasar por alto el obstáculo. Encontraremos entonces, y muy cerquita del subte, un lago bellísimo, inmenso, mágico.
Las rostros allí, sin preocupaciones, enamorados, son felices y los hombres iguales.
En las entrañas de la ciudad, en lo más profundo, detrás de una muralla de desierto, y una altísima reja, está la felicidad. Un corazón que bombea vida y tiempo para quién lo desea. Quien puede verlo se sentirá pleno, ni hambre ni frío ni aburrimiento pasará jamás.
Sé que algún día, la ciudad se dará cuenta que sus entrañas no están hechas ni de fealdad, ni de barro, ni de dolor, ni de tristeza ni de carteles de neón, ni puertas de boliches ni chicos pidiendo en las calles, ni empresarios que amasan fortunas. Cuándo la ciudad entienda que lo más íntimo que tiene es la plaza, toda ella se transformará en parque, en lago, en felicidad. Quedará a un costado eso que se cree en el centro, hasta que por fin, solito caiga del tablero. Entonces la vida misma será sublime, y así será para todos los que en ella habitan, los que la visitan o los que la tengan de vecina.
Después de todo la ciudad es como un hombre más.