lunes, 11 de abril de 2011

EL RELOJ DE NANO

Algunos de los amigos de Nano ya se imaginaban que iba a pasar. El tipo siempre fue un hombre puntual y preciso. Ni un minuto antes ni uno después se encontraba siempre en el lugar y momento acordado. Pero un día, Nano, llego diez minutos tarde a un asado. Aunque alarmados, los amigos dejaron pasar la situación, ya que una demora, “hasta Nano la tiene”. Sin embargo, esa no sería una situación única ni aislada, sino el preámbulo del caos.
De diez, Quince, veinte, cuarenta y hasta sesenta minutos comenzaron a ser demoras habituales en la vida de Nano. Varias veces estuvo al borde de perder su trabajo, como el amor de sus padres. “Un hombre justo es un hombre puntual. Ni un momento antes ni después” decía siempre el viejo de Nano “y es por eso, que detrás de cada gran hombre, siempre hay un gran reloj:”       
Nano no entendía que era lo que pasaba. Él no salía ni un minuto antes o después del momento en que debía salir de su casa para llegar a tiempo. ¿Qué es lo que pasaba? Una falla o retraso general en los transportes nacionales. ¿Qué? ¡¿Qué?! Esa pregunta lo mortificaba.
  De pronto, la respuesta sobre su muñeca. No podía ser así. Es que en tantos años nunca había pasado algo similar. Nano comprendía que no existía otra alternativa, era esa la única justificación valida para comprender lo que le sucedía –o por lo menos en la lógica humana-. De pronto, toda su felicidad, la que había descubierto en la sencillez, pulcritud y precisión, cayó, dejando a un hombre desnudo e indefenso, frente a la gran masa de desorden y caos que sabe ser el mundo en el que estaba inmerso él. Su boca debía pronunciar la conclusión final de su tortuoso razonamiento lógico, y así podría enfrentar a tal mal, y buscar una solución. Pues por más que doliera, debía admitir que su reloj…el mismo que lo acompañó siempre…retrasaba. Y así lo dijo.
En el mismo instante en que lo hizo, su compañero, su secretario, su colega y apuntador, pero por sobretodo el ser al que había sabido dar valor, dar amor, y dar identidad, su reloj, se detuvo por completo. Ahora si, decir que estaba retrasado era una falsedad; el reloj se encontraba detenido. Sus negras manecitas ya no acariciaban las horas.
Una lágrima precipitó de los ojos de Nano. Sintió como que el corazón se le congeló, “se le detuvo”. Perder a su reloj, es algo que un hombre como Nano nunca se hubiese imaginado. Pero él no dejaría que sucediera. Le volvería a dar vida. No se lo perdonaría nunca haberlo dejado así.
Algunos conocimientos de relojería estaban en su mente. Nano, con el corazón en la garganta, desarmó su reloj. Revisó el estado de la batería, los engranajes, a ver si lograba curarlo con esa mecánica y casera alquimia. Pero nada. Ya no sabía que podía ser, simplemente que el motor no andaba. No se movía, pronto no tendría arreglo.
El deshecho espíritu de Nano hizo todo lo que pudo para recuperar algún pequeño signo de vida del aparato. Inútil fue. Quizás hasta empeoró la situación. Lo único que lo tranquilizaba era saber que reloj no estaba enterado de todo eso, solamente dormía. En su muñeca dormía hoy, pero, quizás, despertaría en la muñeca de Dante mañana. Esa suposición apresuraba y asustaba a Nano.
Sin saber que más hacer salió a la calle, rumiando el llanto. Hubiera llamado a un relojero para que lo fuera a buscar, de no saber que él caminando llegaría más rápido que cualquier humano. En los momentos que no corría, volaba con las alas de la desesperación. Llegó a donde quería. El relojero de turno quiso hacerlo esperar para que completara unos papeles, y de paso tomar un café. Violentamente, Nano lo levanto en el aire y le dijo, de manera cortés, que lo atendiera rápido. Nano no sabía de donde sacó ni la fuerza ni la violencia que irradiaba. Quizás de un pretérito sentimiento que vinculaba a los dos seres. Repito: Nano, le daba amor y vida al reloj, y viceversa.
El relojero se llevo al reloj a su taller mientras Nano esperaba en el vestíbulo. Los minutos fueron eternos. En eso, vio como un gato cazaba a un pájaro, como un perro castigaba al gato, y como una señora le daba un carterazo al perro, para que un muchacho le  robe la cartera a la señora. Ninguna de estas acciones conmovió o movilizó a Nano. Sólo tenía espacio en su corazón para sufrir por su reloj, y reflexionar como pudo hacer esto, que mal dueño que es, porque a ellos, él lo quiere tanto.
La puerta del taller se abrió como un grito. Los ojos de Nano se hicieron grandes, grandes. Sus oídos se prestaron con la mayor atención a las palabras del cirujano, quién no tardó en dar su verdad: “mire” –siempre que lo tratan de usted a Nano, suele sentirse sólo y alejado del locutor, pero en ese momento nada más que la salud de su reloj le importaba, aunque le acentuaba un sentimiento de soledad- “la situación es grave” –Nano trago saliva, sintió que también tragaba tachuelas- “la grasa de los engranajes se…, como decirle, se coaguló, digamos. Está todo trabado. Yo ahora tengo su reloj conectado a una maquinita que le suministra un producto que licua la grasa. Mientras esté conectado ahí, existe la posibilidad de que lo supere. La cuestión, es que su reloj, necesita otro motor. No tiene arreglo sino”.
Nano le pregunto que posibilidades había de conseguir otro motor. “Mire “ – devuelte la lejanía y la soledad- “no puedo negarle que la situación es grave. Habrá que esperar que aparezca un reloj sin arreglo pero con el motor intacto.  Y a eso tenemos que sumarle que sea compatible con el sistema del reloj. Ya puedo licuarle la grasa, que el reloj vuelva a funcionar y se lo lleve. Pero si no le cambiamos lo antes posible el motor, tendrá más tarde otra recaída, y no creo que la soporte. Mi consejo es que lo deje aquí conectado, y confíe en que va a aparecer otro motor.” Nano no sabía bien que hacer, aunque sin demorarse le dijo que sí. La única posibilidad era confiar. Sabía que si titubeaba, sería peor.
Esa noche, como las siguientes, no pudo cerrar los ojos. La idea “reloj detenido” lo devastaba. Se le escapaban algunas lágrimas de tanto en tanto. ¿Y si no había donante? ¿Y si no lo soportaba? ¿Valdrá la pena una vida sin su reloj? Nano vió amanecer en su ventana, no había dormido nada. El terror hasta el sueño se llevaba.
Veloz se levanto, vistió y marchó a la relojería.
Y los días pasaban y Nano cada vez estaba más débil. Tubo que dejar su trabajo, pero no importaba nada más que la salud de su reloj. Necesitaba un corazoncito que lo salve. Su casa había sido ocupada por toda clase de basuras y alimañas, hasta quedar irreconocible. Durante días estuvo durmiendo en la relojería. “Dormía” en una cama bastante frugal (donde el piso cumplía las veces de catrera) y fría.  Sin embargo, como ya he dicho, Nano no descansaría. Nano no viviría. Su corazón también se había detenido.
Y los días pasaban igual que antes. “Ojalá mañana dejaran de sucederse” deseaba Nano. El reloj cada vez tenía menos posibilidades, su dueño ya no sabía que hacer. Deseaba males a los relojes de sus amigos. Deseaba muy profundamente que se descompongan, se quiebren sus manecillas. Que los engranajes se apiñen, o simplemente que lo “pierdan”.
Llegó a tal desesperación que cualquier moral y ética se borró de su recuerdo. Tras tres o cuatro intentos, logró robarle un reloj a un hombre con cara de ofuscado (creo que era vecino de Nano) para sacarle el motor y dárselo a su reloj.
El relojero no preguntó de donde lo sacó, porque bien lo sabía. Inmediatamente hizo el trasplante sin imaginarse como reaccionaría el reloj. No había tiempo. Era eso o nada. La operación se demoró, pero no hubo mayores complicaciones. El reloj estuvo tres días en observación.
Cuando todos pensaron que el mecanismo sobreviviría, cuando Nano había recuperado el sueño, cuando todo parecía volver a la normalidad, el reloj volvió a decaer. Parecía rechazar el nuevo motor. Entonces Nano comprendió. Ese hombre trataba mal a su reloj, por lo que su pequeño motor se llenó de malos sentimientos, cosas que el reloj de Nano nunca había sentido (a diferencia de Nano). Este no podía tener ese dolor en su nuevo corazón. Pero no es todo. Nano, en la desesperación, había robado y matado, un acto de desamor y odio. Querer devolverle la vida a su reloj sólo podía lograrse a partir de un acto de amor.
El reloj había perdido mucha fuerza  y necesitaba ese mismo día un motor, sino moriría. Nano tomó una decisión.


El hombre no sabía bien que hacer. En todos sus años en el oficio nunca había hecho algo que se le parezca. Parecía muy decidido el muchacho, y no tenía otra opción que intentar. Temía que muera en esa extraña maniobra quirúrgica. Pero no era su decisión, y lo hizo. El buen relojero, detuvo el corazón del muchacho, como también lo hizo con el motor fallido del reloj.  Tomó con el mayor de los recaudos el corazón humano, lleno de alegrías y recuerdos felices con su reloj y lo puse dentro del mecanismo, entre los engranajes. Lo acomodó y cerro la tapa.
Luego, tomó el atrofiado motor, colmado por los recuerdos de maltrato y dolor, y lo puso dentro del pecho del muchacho, para luego cerrar su caja toráxica.

Tanto el reloj como Nano se recuperaron. Volvieron a sus vidas, aunque cambiadas. Nano estaba sin trabajo y con la casa en debacle. El reloj, ahora funcionaba mejor que antes.
Nano, si bien vivo, no volvió a tener esa sonrisa que tan bien lo caracterizaba. Ese corazón mecánico, y los malos recuerdos del anterior dueño le impedían expresar el amor, y por sobre todo, le impedía ser feliz.
Sin embargo, cada vez que veía brillar las manecillas de su reloj, y tener la exactitud horaria que lo caracterizaba, se le caía una lágrima de alegría, la única que le quedaba, y pensaba que valió la pena. Aunque él esté triste, aunque le duelan las aristas del motor, aunque tenga infelices recuerdos que no son suyos, valió a pena, porque era su reloj.
Y así pasaron los años y murió Nano sin volver a sonreír (salvo cuando consultaba la hora). El reloj, que le quedaron muchos años de vida, supo aprovechar esa oportunidad que le dio su dueño, y rezó siempre por él, quién le susurraba a los oídos, en pequeños ruiditos cotidianos, que dar la vida por él, había sido la mayor felicidad que pudo vivir.